Durante generaciones, los habitantes del Sahel han construido comunidades prósperas en un paisaje agreste. Los fulani guían a su ganado a través de vastas tierras áridas, siguiendo los pastos estacionales que han sustentado sus rebaños durante siglos. Los tuareg han construido vastas rutas comerciales transaharianas con el apoyo de asentamientos en oasis. Los kanuri han construido vastas comunidades pesqueras a lo largo de las aguas del lago Chad. Los bambara cultivan las secas llanuras centrales de Malí, utilizando técnicas innovadoras como los pozos zai para restaurar la fertilidad del suelo y conservar el agua escasa. Estos grupos, entre muchos otros, se han adaptado desde hace mucho tiempo al clima cambiante del Sahel.

Sin embargo, hoy en día, el ritmo del cambio se está acelerando. Las sequías se prolongan, las lluvias estacionales llegan demasiado tarde o con demasiada fuerza, erosionando el suelo. Los pastizales se reducen. Los pozos se secan. El lago Chad ha retrocedido considerablemente. Recoger leña, que antes era una breve tarea matutina, puede requerir kilómetros de viaje. Los ecosistemas que sustentaron estas formas de vida durante siglos están cambiando rápidamente. Con menos opciones para sobrevivir, muchas familias no tienen más remedio que irse.

A medida que los recursos escasean y la migración aumenta, las tensiones se agudizan. La competencia por la tierra y el agua alimenta las disputas entre agricultores y pastores, mientras que los grupos extremistas explotan la inestabilidad para expandir su influencia. Los centros urbanos del Sahel se expanden rápidamente, pero a menudo carecen de infraestructuras, servicios ni oportunidades laborales adecuados para quienes llegan. La pregunta es: ¿cómo podemos comprender estos patrones? ¿Cómo podemos utilizar los datos para anticipar estos cambios y diseñar soluciones que ayuden a las comunidades a adaptarse antes de que se vean obligadas a irse?